sábado, febrero 18, 2006

Straight to hell

- Y cómo has estado.
- Bien.
- Todos dicen que están bien siempre.
- Es que es cierto.
Suena el timbre en la casa de Francine. Ella se pone de pie y contesta. Es una calurosa tarde de febrero y Gustavo no ha tocado lo que han comprado en el supermercado. Un par de cajas de macarrones con queso y algo de pollo frito con ensalada. Gustavo tiene cara de estar viviendo una pesadilla.
Una voz le pregunta a Francine:
- ¿Cree que es posible encontrar a Dios en estos tiempos?
Francine voltea, y le dice a Gustavo:
- Son Testigos de Jehová.
Gustavo asiente, desanimado.
- No le des bola, ellos nunca quieren perder -dice.
Francine continúa pegada al auricular, hasta que grita:
- ¡Váyanse de aquí! -y cuelga.
- ¿Qué pasó?
- Me querían vender una revista de porquería. Oye, Gustavo…
- ¿Qué?
- ¡Los macarrones!
La olla se había rebalsado. Francine volvió a prender el gas y a mover los fideos silbando una canción de The Clash. Gustavo la contempló hacerlo pensando en que era sábado por la tarde, una hermosa tarde de febrero.
- Bueno, y cómo es eso que estás bien.
- Ya sabes, Fran: tengo dos brazos, dos piernas, una cabeza…
Francine hizo un gesto de interrogación.
- No vale el conformismo aquí -dijo levantando la tapa de la olla, de la que salió un montón de agua evaporada convertida en espuma. Probó con un cucharón uno de los fideos y dijo- ¡Están listos!
Gustavo la ayudó a preparar la crema. Todo lo hizo con una cara que parecía más estar muerto que otra cosa. Miró a Francine una vez más. Francine puso un disco de The Clash.
- ¿Te gusta?
- Me parece bien.
Se sirvieron dos grandes platos de macarrones y brindaron con agua mineral.
- Por nuestro reencuentro y nuestra amistad -dijo Francine.
- Y por lo que está a punto de suceder -dijo Gustavo.
Francine era una chica llena de pecas, algo gordita, de pelo castaño y timbre de voz muy molesto. Esa tarde llevaba un vestido algo escotado y una sonrisa sincera, un pantalón negro apretado y sandalias de plataforma alta. Su casa estaba vacía y Gustavo sabía que no volvería nadie hasta la mañana siguiente.
Francine lanzó una carcajada:
- Ay, Gustavo. ¿Y qué se supone que está a punto de suceder?
- ¿Qué no está a punto de suceder? -dijo él, con tono de galán.
- ¿Te gusta The Clash? -preguntó Francine.
- Ya sabes que es mi grupo favorito.
- No, no lo sé -dijo ella, muy seria.
Gustavo sonrió. No había tocado ni los macarrones ni el pollo frito con ensalada que seguía en la caja. Nada más bebía agua mineral. Estaba atento a cada cosa que decía Francine.
- The Clash es mi grupo favorito -dijo Francine.
- Bueno -dijo Gustavo, tratando de sonar sorprendido-, no sabía que teníamos tanto en común.
Francine sonrió.
Después de comer, y después de media hora de televisión, en el que Francine lavó los platos y mencionó cada cosa que le parecía fascinante de Gustavo cuando ambos estaban en el colegio, Gustavo la miró y la trató de imaginar desnuda, en la cama. Hacía como tres años que no se veían, y Gustavo había cambiado desde el último año tanto como seguía igual Francine.
Por último, Gustavo pensó en su enamorada, que lo acababa de dejar.
- Ya casi es de noche -dijo Francine, sonriendo.
La habitación de Francine produjo en Gustavo un escalofrío que subió de sus tobillos a sus extremidades superiores. Había una computadora, un equipo, un montón de muñecos de felpa y una chica del tamaño de un hobbit subida a un columpio sujeto en el techo. La ventana daba a la calle y por ahí se veían a un par de chicos tomando cervezas en la esquina. Por ahí también se veía lo que quedaba del crepúsculo: un espectro morado y rojo.
Se subieron a la cama y Francine sacó los paquetes con estrellitas que tenían que pegar en el techo. Gustavo le preguntó a Francine que dónde quería la luna, y Francine le señaló un lugar junto a la bombilla de luz. Cuando ya no quedaron más estrellitas ni planetas, ella apagó todas las luces para comprobar si las estrellitas brillaban o no.
Gustavo tenía un polo negro con “El grito” de Munch, un pantalón short plomo y unas sandalias. Tenía barba de un par de días y su pelo largo, saludable, le caía por los hombros en forma de rulos. Francine no había dejado de pensar en él ni un solo instante desde que salieron del colegio, y Gustavo no dejaba de pensar en su enamorada, que lo había dejado, por lo que ya no era más su enamorada, y él la iba a tener que ver todos los días en la universidad, en el patio de la facultad, en las horas libres, en los salones donde van a llevar cursos en común. Y tal vez la tendrá que ver también de la mano con algún nuevo enamorado, que ella sacará de la caja de sorpresas que es su vida.
Pero mientras tanto, tendido en la cama junto a Francine, ambos ven las estrellas brillando en la oscuridad, mientras suena por algún lado “Straght to hell” de The Clash. Francine se levanta una vez más para cerrar la puerta, para que no entre la luz y la bulla del equipo que suena en la sala. Gustavo siente una especie de claustrofobia y toma por la cintura a Francine cuando ella se acerca a la cama. Las estrellas brillan en el firmamento de la habitación. Francine se emociona tanto que lo besa torpemente, confundiendo labios y lengua. Mientras tanto, en la sala, Joe Strummer, voz y guitarra eléctrica de The Clash, canta: “go traight to hell boys”…

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